6 de abril de 2010

ALGO ESTÁ CAMBIANDO EN LA SEMANA SANTA.


ALGO ESTÁ CAMBIANDO EN LA SEMANA SANTA

Este año he tenido la confirmación de que algo está cambiando en la Semana Santa de Sevilla. Lo venía observando desde hace ya un lustro aproximadamente pero hasta este año no he tenido la seguridad absoluta de lo que estoy afirmando: la Semana Santa de Sevilla se está “castellanizando”, utilizando un término que todos entenderemos. Es decir, nos están entregando, cada año, una Semana Santa cada vez más seria y alejada de la que hasta ahora conocíamos y vivíamos.
De la noche a la mañana han surgido toda una serie de “altas personalidades entendidas y supercultas” que denostan todo lo que definía a nuestra Gran Fiesta y la hacía distinta de todas las demás: esto es, la conjunción de lo diverso y lo paradójico.  Nuestra Semana Santa es un conglomerado de sentimientos que es capaz de unir la fe y la razón, lo ortodoxo y lo heterodoxo, lo sensible y lo serio, la musicalidad exacerbada y el silencio más absoluto, el colorido y el luto, lo formal y lo informal, a los de un extremo y a los de otro,  lo trascendental y  lo humano,…., en definitiva este crisol de rasgos y de sentimientos encontrados, la hacía y la convertía en la Fiesta por antonomasia de Sevilla y en una Semana Santa única e irrepetible.
Ahora observo con estupor que tocar “Campanilleros” es sinónimo de chabacanería; que decir que la marcha “Caridad del Guadalquivir” es bonita, es igual a no tener gusto musical y ser analfabeto y “cateto”; que los pasos, especialmente los de Palio, se mezan, es rancio y  de muy mal gusto. Ahora, lo que se lleva es crear Palios cuyos varales permanezcan inamovibles con borlas y bambalinas estáticas de pura rigidez; ahora sólo hay que escuchar marchas decimonónicas o melodías fúnebres de los autores que los “entendidos” califican como “los buenos”; ahora no se puede pedir que los pasos cambien su andar según la marcha sino que todo el mínimo movimiento ha de ser homogéneo sin ningún tipo de alarde porque será calificado de ostentoso y ridículo; y así un sinfín de rasgos que me aterrorizan.
Pues  a pesar de todo esto, a mí no me importa que me califiquen de mal gusto y de cateto. A mí me gusta a mi Virgen de la Soledad o del Rocío meciéndose con los sones de Callejuelas de la O; a mí me gusta el paso de la Redención marcando ese singular ritmo costalero mientras suena Rocío del cielo; a mí me gusta escuchar Al compás de la Laguna mientras contemplo extasiado al Cristo de los Gitanos paseándose por la Alfalfa. A mí me gusta San Gonzalo y su maestría señera y sin igual; a mí me gusta la gracia en el vaivén de los palios de todas esas Vírgenes que derraman su gracia por las cuatro esquinas de mi pueblo y de mi ciudad; a mí me gusta el contraste de la Redención y de Santa Marta, un Lunes Santo: a mí me gustan las velas rizadas en los pasos de Palio.
Lo que no me gusta es la imposición de los que quieren saber de todo e imponer unas formas que no son de aquí quitándome lo que me identifica y ha hecho que mi Semana Santa traspasara todas las fronteras y fuera imitada por propios y foráneos.
Ojalá que lo que he intuido este año, no sea sino una breve anécdota pasajera y que nuestra Semana Santa sea la de siempre, esa que creó Sevilla a su estilo y modo y que tan bien le sienta.
¿Saben lo único que les falta por pedir a estos señores duchos en cofradías serias? Que los pasos vayan con ruedas y así todos contentos. Bueno, todos no, ellos.