Con todo mi cariño y mi admiración para las mujeres bordadoras de mi Hermandad de la Soledad.
Por José Trashorras.
Benditas las manos de esas mujeres soleanas, manos obreras, inquietas que son un regalo del mismo Dios que se nos presenta en Huévar cada Sábado Santo y que Resucita un Domingo frente a la Virgen de la Soledad. Esas manos soleanas que son siempre caricias en el terciopelo, consuelo y amor para sus hermanos.
Manos maternales que brindan calor y donan perdón con su inmensa delicadeza y paciencia de días, de frío y de calor.
Manos de maestra que saben explicar con aguja e hilo la sapiencia del buen hacer.
Manos que miran hacia Dios en cada puntada y que suplican fortaleza para los suyos.
Manos temblorosas ante la maldad porque han nacido para acariciar las telas que cobijarán a la madre de nuestros corazones y desvelos.
Manos que estarán enlazados en una cálida y tierna oración y que a cada movimiento pedirán perdón sin tener por que pedirlo.
Manos de poeta que sueñan, cantan y golpean frente a la ansiedad.
Manos que sueñan a música y que vibran y ríen porque han nacido para recrear.
Manos enfermeras que saben curar las dolencias del alma triste de algún hermano soleano.
Manos de médico que cortan y sanan porque son las manos de la humanidad.
Manos religiosas, manos consagradas que tienen el gesto de saber rezar.
Manos siempre limpias, manos siempre blancas...
Manos prodigiosas, las más bellas manos de mi Hermandad.