11 de marzo de 2010

¿DÓNDE ESTÁ DIOS?

 ¿DÓNDE ESTÁ DIOS?

Por César del Espino García

A menudo la vida nos presenta situaciones y realidades que remueven nuestra conciencia, que hacen que los planteamientos que adoptamos como firmes y válidos se tambaleen. Lo vemos a diario: robos, violaciones, asesinatos, guerras, catástrofes naturales, penosas enfermedades, etc. Y ante esto podemos llegar a cuestionarnos incluso nuestra fe –sería más acertado decir nuestra poca fe- al no entender cómo Dios puede permitir tales cosas, tales situaciones y dónde está Él para remediarlo. Visitar un hospital infantil, observar cómo un terremoto acaba con la vida de cientos de personas o ver que un acto terrorista asesina de forma infame a muchísimas vidas son este tipo de situaciones que apuntaba. Nos rebelamos ante tamañas injusticias pidiéndole al Señor explicaciones como si Él fuera, si no el culpable, sí el responsable al permitirlas. Cuando esto hacemos nos comportamos, tal vez sin advertirlo, como los escribas que condenaron a Jesús, o como Gestas, el “mal ladrón” del Calvario, pues le pedimos al Altísimo una prueba material de su existencia y su poder para creer en Él. Es entonces cuando este dolor y confusión que sentimos construyen sutilmente un muro en nuestra conciencia que nos impide ver una realidad más allá de lo aparente, y nos preguntamos ¿Dónde está Dios?.

Hemos de saber, pues, que Dios está en cada una de las personas –médicos, enfermeras, cuidadores, etc.- que mejoran la vida de esos niños y enfermos; Dios está en cada una de las personas que arriesgan su propia vida para salvar la de los demás en las catástrofes naturales: bomberos, médicos, enfermeros, voluntarios, etc. Dios está en cada una de las personas que trabajan por la igualdad y la justicia entre los seres humanos, dentro o fuera de la iglesia. En todos esos lugares está Dios y en más aún, está en la persona que te regala algo tan sencillo como una sonrisa o en aquel que, desinteresadamente, se ofrece a ayudarte. En todas esas personas, en todas esas circunstancias está Dios, desde lo más humilde a lo más grandioso, de lo más evidente a lo más arcano.

Podríamos ilustrar con muchísimos ejemplos más, pero si pensamos en cualquiera de los que he señalado advertiremos que, efectivamente, la presencia real, palpable y humana de Cristo es mucho más frecuente de lo que pensábamos, sólo que, por cotidiana, suele pasar tristemente inadvertida.

Nuestro seráfico padre, San Francisco de Asís, rezaba pidiéndole al Señor que hiciera de él un instrumento de su paz y de su amor, por ello debemos esforzarnos en ser capaces de reconocer en los actos de los demás la mano del Altísimo, porque, efectivamente, en cada uno de esos gestos está Dios, que se vale de nosotros para abrazar a los demás.

Te pido, Bendito Jesús Nazareno, que quites de mis ojos la venda que me impide verte y de mis manos las cadenas que no me dejan tocarte, y sea capaz de reconocer lo real de tu existencia, para mayor gloria tuya.