«Las hijas de la Caridad han abierto un refugio de sombra y frescor para los que sobreviven en la calle»
Elogio de la sombra. Así se titula el libro de Tanizaki que se ha convertido en un clásico de la literatura japonesa y universal. Sevilla es una ciudad hecha para la sombra más que para la luz. Sus calles tortuosas huyen de los rayos del sol. En verano se colocan esos toldos cuyo nombre popular nos devuelve a la ciudad que fue puerto y puerta de las Indias: velas. ¿Hay algo más sevillano que un patio donde la sombra se reúne con su hermano gemelo, que es el silencio, para que vuelva el espíritu de un Romero Murube, de un Sierra, de un Laffón, del mismísimo Bécquer? En uno de esos patios sombríos de la calle Acetres sigue vagando el alma de Albanio, el niño que le sirvió a Cernuda para tejer la sombra de la nostalgia en Ocnos. Sevilla no es una ciudad luminosa. No. Su alma, si es que existe, está hecha de la misma materia que las sombras.
Hoy es viernes. El día elegido para que vuelva a proyectarse la sombra de Dios en el panteón romano que la ciudad erigió en un rincón de San Lorenzo, el santo que murió sobre las llamas. Sombra morada donde están cifradas las debilidades de los sevillanos, sus heridas, las llagas que la vida ha ido dejando en la piel de la memoria, los arañazos del tiempo. Sombrío es el rostro de quien llaman el Cisquero. Y mucha sombra acumulada hay en los ojos que buscan los suyos para adivinar una luz que traspase la postrera sombra que Quevedo identificó con la muerte.
En la sombra trabajan los sevillanos que mantienen viva la ciudad y que no aparecen en los espejos donde se refleja la Sevilla de purpurina y couché. Entre ellos, esas hijas de la Caridad que ofrecían calor en el pasado invierno a los últimos de los últimos, a los que no pueden acceder a los albergues porque no tienen documentación que presentar. Ellas no preguntan el nombre ni los apellidos porque saben distinguir lo contingente de lo inmanente. Lo humano no es estar, sino ser. El ser humano es mucho más que un carné de identidad para estas mujeres que siguen el rastro de Miguel Mañara: toda la sombra del Barroco está en su vida y en su obra, en su soberbia humildad y en su legado.
Las hijas de la Caridad han abierto un refugio de sombra y frescor para los que sobreviven en la calle, para los que no tienen donde caerse medio muertos. De tres y media a seis y media de la tarde podrán olvidarse de los rayos que hieren como navajas de luz. Podrán ducharse, vestirse de limpio y darle al cuerpo ese gusto que sólo practican los niños, los mayores y los rancios: merendar. Uno pensaba que en las alegorías que se han ido construyendo a lo largo de la historia para identificar lo divino con lo mundano, la imagen del Creador siempre iba asociada a la luz. Pues no. Dios está en los pucheros de santa Teresa, en el color marrón de los hábitos que llevan las hermanas de la Cruz y en la sombra que ofrecen las hijas de la Caridad. Dios está en el silencio más que en las voces que lo utilizan para sacar provecho de su nombre. Dios también dijo que se hiciera la sombra cuando creó el mundo. Y la penumbra donde más de uno lo busca en la luz que proyectan los que practican esa virtud que nunca pasa de moda: la bondad.
FUENTE: ABCDESEVILLA