Si visitamos la Catedral de Sevilla, podemos ver en el Patio de los Naranjos, colgados de las vigas del techo de una de las naves, a gran altura, tres objetos sorprendentes; un cocodrilo de tamaño natural, un bocado o freno de caballo, de gran tamaño, y un bastón de mando. Tan curiosos objetos y colgados allí arriba, en un patio catedralicio, merecen nuestra explicación.
Por los años de 1620, noticioso el Sultán de Egipto de que el reino de Castilla, tras la reconquista de Andalucía, había pasado a ser una gran potencia europea, deseoso de entablar relaciones políticas y económicas, envió una embajada al Rey Alfonso X el Sabio para pedirle la mano de su hija Berenguela. La embajada trajo diversos presentes, entre ellos un cocodrilo del Nilo, vivo y feroz, debidamente enjaulado, y una altísima y tímida jirafa domesticada, con su montura, su freno y bridas.
Rechazó el Rey castellano cortésmente la petición de mano de su hija, devolvió la embajada cargada de buenas palabras y regalos para el Sultán y aquí quedaron el cocodrilo, al que se echó en una alberca de los jardines del Alcázar, y la jirafa que aburrió su soledad y doncellez, ramoneando las copas de los árboles en los mismos jardines. Pasado el tiempo y muerto el cocodrilo se le disecó y su piel rellena de paja fue colgada en el Patio de los Naranjos de la Catedral, junto con el freno de la jirafa.
Años después, al regresar de Egipto el embajador castellano que había ido a cumplimentar al Sultán, su vara o insignia, ya inútil, también se colgó para recuerdo junto a los otros pacíficos trofeos y allí permanecen todavía para sorpresa de visitantes y regocijo de los chiquillos.