22 de noviembre de 2010

LEYENDA DE LA CALLE DEL HOMBRE DE PIEDRA.

LEYENDA DE LA CALLE DEL HOMBRE DE PIEDRA

En el barrio de San Lorenzo, y pasando desde la calle de Santa Clara a la de Jesús del Gran Poder,discurre una calleja larga y estrecha que se llama Calle Hombre de Piedra, porque en ella, y empotrada en una hornacina a nivel de la acera, puede verse una estatua de piedra, de borrosos relives, que lleva allí varios siglos.

La calle se llamó desde el siglo XIII hasta el XV Calle del Buen Rostro, pero en época del rey Don Juan II cambió su nombre al aparecer la estatua del hombre de piedra, junto con la leyenda de su milagroso y dramático origen.
Para entender la leyenda es preciso que antes nos traslademos a la Plaza del Salvador; en la esquina de la calle Villagas, donde encontraremos colocada en el esquina del muro de la iglesia una crus de gran tamaño.

La Cruz de la Culebra por el antiguo nombre de la calle. Esta Cruz pertenacía al cementerio parroquial del Salvador que estuvo situada en medio de la Plaza del mismo nombre, siendo ordenada retirar a mediados del siglo XVIII por el asistente Olavide, como tantas cruces que estorbaban, según las autoridades, al paso de peatones, carruajes y caballería, en Sevilla que pasaron a empotrarse en las fachadas de las calles e iglesias, donde se encuentra en la actualidad.
Esta Cruz de cementario suele confundirse con la Cruz de los Polaineros, que se encuentra en la Iglasia del Salvador en el Patio de los Naranjos.
Pues bien: debajo de la Cruz de la Culebra hay una lápida, escrita en caracteres y ortografía antiguos, que dice:



EL REY DON JUAN, LEY 11
El rey i toda persona que
topare el Santísimo Sacramento
se apee, aunque sea en el lado
so pena de 600 maravedises
de aquel tiempo, según la loable
costumbre desta ciudad
o que pierda la cabalgadura
y si fuere moro de catorce años arriba que hinque las rodillas
o que pierda todo lo que llevare vestido...


Por esta lápida, colocada en la iglesia del Salvador, vemos la devoción que existía en Sevilla, de ponerse de rodillas en el suelo cuando pasase el Santísimo Sacramento, aunque hubiera lodo por haber llovido; piadosa costumbre de la que no se libraba ni siquiera el rey ni los más altos caballeros, so pena de perder el caballo y pagar seisientos maravedises de multa; y el que no tuviera caballo ni bienes ,perder la ropa que llevase puesta.

Vista así, la reverencia con que se miraba al Santísimo Sacramento en tiempos pasado, volvamos a la barriada de San Lorenzo, en cuya calle Buen Rostro, ( que como hemos dicho, era como se llamaba antes la calle Hombre de Piedra), había una taberna, allá por los años del siglo XV.

Y sucedió que se encontraba en la taberna varios compadres, bebiendo vino, cuando se oyó venir por la dirección de la parroquia de San Lorenzo, el tintineo de una campanilla acompañada de un susurro de voces que rezaban.

Se asomaron los compadres a la puerta de la taberna, y vieron aparecer en el comienzo de la calle, un reducido grupo de personas con velas y faroles, que iban acompañando al cura párroco, el cual llavaba en las manos y apretada contra su pecho, la cajita del Viático en la que llevaba la Hostia para dar la última comunión a un enfermo.

Al ver aproximarse la comitiva, los compadres de la taberna aunque eran gentes poco religiosas, más dado al vino y al juego que a la piedad, interrumpieron sus conversaciones y se aprestaron a arrodillarse un instante mientras pasaba el Sacramento. Pero uno de ellos, llamado Mateo el Rubio, que se tenía por valiente y era el matón del barrio, haciendo alarde de incredulidad para demostrar su temple ente los otros, dijo en voz alta:
-Ea, hatajo de gallinas, que os arrodilláis como mujeres. Ahora veréis un hombre tener... . Y no me arrodillaré, sino que me quedaré de pie para siempre.

Y en efecto permaneció allí para siempre, pues un trueno ensordecedor estalló sobre la calle, y sobre el impío cayó un rallo que lo convirtió en piedra, y le metió de pie hasta las rodillas en el suelo.

Y allí está todavía el cuerpo petrificado del pecador blasfemo, que se atrevió a desafiar a Dios.
Por este ejemplar escarmiento, la calle Buen Rostro se llama desde entonces Hombre de Piedra, donde aún puede verse al testimonio de aquel terrible suceso.

Nota.- Menos literaria y maravillosa pero más real, es la interpretación arquoelógica de la estatua del hombre de piedra. Al parecer se trata de una estatua romana, que presidió las termas que hubo en ese lugar, y que durante la época árabe aún seguía existiendo, lo que dio nombre a unos célebres baños moros, que se llamaron " los baños de la Estatua ", y que ha sobrevivido a las diversas reformas que ha sufrido durante dos mil años el edificio en cuya fachada aún está empotrada.