8 de marzo de 2011

SIETE DE MARZO




Ayer me acordé de ti como hago todos los días. Pero ayer, siete de marzo, estuviste en mis pensamientos mañana, tarde y noche.
Quise decírtelo a la cara, por eso, me acerqué a la Iglesia a escuchar la palabra Dios en la Santa Misa después y antes de que me fuera hasta tu capilla y te confesara lo mucho que me duele todavía aquel día trágico que me entristece cada vez que lo recuerdo a pesar de que trato de olvidarlo.
Sabes que te hablo de mil maneras, Soledad,  pero al final en todas ellas te llamo madre y cuando río parece que lloro porque pienso que podías haberte ido para siempre  y sólo eso, tan sólo eso, me provoca una tristeza que se convierte en nostalgia de algo que  no se produjo.
Ayer te vi, en tu Capilla. Sentí incluso que me mirabas y ¿me hablabas’ ¿Sabes de quién me acordé? De mi querido primito Rafael. Sí, de aquel niño que te amó hasta la locura y que seguro, ahora, estará junto a ti.
Mirarte es recordar a tanta gente, a las que están y  a las que no.  
Como ayer, todos los siete de marzo iré a verte. Ya sé que da igual que vaya uno u otro día. Pero ese día estuve a punto de perderte y no puedo olvidarlo por más que lo intente, madre.  Cada siete de marzo estaré junto a ti para cerciorarme de que todo fue un mal sueño. Y cada siete de marzo, en la intimidad en tu Capilla te diré lo mucho o lo poco que me pasa, lo bien o lo mal que me va en la vida y…me acordaré de aquella tarde.
Hay días que no se olvidan y para no olvidarlo, iré siempre a verte cada siete de marzo.