Por Manolo Romero Luque.
Quien crea que no existen modas en el atavío de las sagradas imágenes tiene que hacerse hermano de Santa Lucía, acudir a sus cultos y pedirle urgentemente que le conserve la poca vista que le va quedando. Pero, para quienes como Santo Tomás necesiten de pruebas para creer, basta con que consulten las hemerotecas o incluso las fotografías familiares que apenas superen la decena de años. Además es lógico que haya modas en lo que dura siglos y si en estos vaivenes se hacen aportaciones duraderas pasarán a formar parte del canon. El peligro está cuando los incautos y los intransigentes se unen para hacernos creer que algo fue siempre así y le adjudican el estatus de lo inalterable. Viene esto a cuento de la pérdida, y parece que actual recuperación, de las túnicas bordadas en las imágenes de Cristo. Apenas el Nazareno del Silencio, el de la Cruz al Hombro y el Titular de la Amargura han dejado de lucirla, demostrando por qué cada cofradía es lo que es. Las demás las fueron retirando por distintas razones: supuesta fidelidad histórica, conservación deficiente, apariencia de humildad, mala imitación de criterios ajenos… Hoy, la concienciación sobre el patrimonio, la calidad de los talleres de bordados y las no menos excelentes priostías, así como las iniciativas particulares de algunos hermanos están restaurando una tradición que no debió perderse. En ciertas hermandades se ha empezado por los cultos, pero se hace a modo de prueba para pulsar el sentir de sus cofrades antes de afrontar la prueba definitiva de la salida procesional. Esto es algo que va mucho más allá de la estética. Vestir al Señor de oro no es mera ostentación ajena al espíritu religioso, sino puro simbolismo que señala al único Rey de reyes.
Fuente: El correo de Andalucía.