Por Manuel Romero Luque
Por lo que veo y me cuentan, los almuerzos que siguen a las funciones principales revelan también los signos de los tiempos. Primero fueron sólo reuniones poco concurridas en las que participaban apenas los miembros de la junta de gobierno (por supuesto sin mujeres) en un lugar cercano a la iglesia. Después, con un pretendido carácter democratizador, se unieron un buen número de esposas, jóvenes y allegados que pagaban una pasta gansa por comer (es un decir) en algún salón amplio, con ínfulas de restaurante caro, un trozo de solomillo frío y unos huevos pilaf de ingrata memoria. Hoy, por el contrario, se lleva el no dejarse ver y la crisis ha dado la puntilla a muchas de estas fraternas reuniones gastronómicas que se han visto devaluadas en la asistencia (en la calidad era imposible, aunque aun así podría narrar ejemplos memorables). Yo prefiero otra comida de hermanos mucho más reducida y sincera en donde no se lucen modelitos ni estrechas chaquetas azules imposibles de abotonar. Allí sólo se acude para hablar de cofradías, de anécdotas y previsiones. No se invita al predicador, que ya tuvo seis días para lucirse. Puede celebrarse varias veces al año y sus comensales brindan sin retórica barata por una esplendorosa Semana Santa. A su salud.
Fuente: elcorreodeandalucía.