Por Pascual González
Sevilla, 16 de julio, están cayendo calamares fritos sobre una ciudad que sigue, como Dios manda, desempeñando su cargo de Emperadora Mariana de toda la orbe cristiana desde que la hermandad del Silencio hizo constancia en cabildo de 29 de Septiembre de 1615 del voto y juramento de la defensa, “con la sangre de sus hermanos, sí preciso fuere”, del Misterio de la Inmaculada Concepción de María, razón por la que el Papa León XII, Bula de 8 de Agosto de 1828, concedió el privilegio de ostentación del escudo pontificio sobre ocho cirios de la candelería del palio de la hermosa Inmaculada que sigue eternamente los pasos del Nazareno de la Madre y Maestra.
Inmaculada, entre otras advocaciones de la Madre de Nuestro Señor, del israelita Monte Carmelo, nombre que deriva de las palabras Karmel o Al-Karem, ambas con el bello significado de “jardín”. Un paraiso austero y eremita donde se fundó la Orden del Carmelo, pionera e iniciadora de todas las órdenes carmelitanas de la tierra.
Buena culpa de esa divulgación y apostolado la tuvo San Simón Stock o de Inglaterra, al abandonar el eremitismo y volver a su tierra natal. Allí, en la ciudad de Cambridge se le apareció, tal día como hoy de 1251, la Virgen María con un escapulario en sus manos que entregó al fraile a la par que le decía: “Toma, hijo querido, este escapulario; será como la divisa de mi confraternidad, y para ti y todos los carmelitas, un signo especial de gracia; quienquiera que muera portándolo, no sufrirá el fuego eterno. Es la muestra de la salvación, una salvaguardia en peligros, un compromiso de paz y de concordia”.
España está entre los países donde está mas arraigada esta devoción que Sevilla venera con piadoso fervor. Protectora de los pescadores y Patrona de la Armada Española, la orden de la Virgen del Carmen se asienta en Sevilla en 1358 cuando se construye el Convento Casa Grande del Carmen en la calle Baños.
Desde entonces, muchas imágenes de la Virgen son asistidas por hermandades y sobre todo por las oraciones de los fieles sevillanos que se postran ante sus plantas en Santa Catalina y San Leandro, en la Cruz del Rodeo de Calatrava y en el macareno templo de San Gil, en la colegial del Salvador y en la catedral trianera de Santa Ana, barrio que, en el popular “mechero” de Anibal González, la elige faro y guía de las gentes de uno de los arrabales más viejos del mundo, en el Santo Ángel y en San Lorenzo, en el Buen Suceso y en Santiago, en los Humeros y en la Magdalena, en Su Eminencia y en el cementerio de San Fernando… Allí, donde Sevilla duerme sobre nubes de leyenda el gran letargo de su historia universal.
Fuente: el correo de Andalucía.
Fuente: el correo de Andalucía.
