Cada año, cuando llega la Navidad siento un espíritu un tanto bobalicón que
me obliga a ver las cosas de otra manera distinta a como hasta este momento lo
venía haciendo aunque se trate tan sólo de un momento transitorio. Lo cierto es
que cada escenario de la Navidad, cada momento de la Navidad, cada sonido de la
Navidad, cada guiño, en definitiva, de la Navidad me hace mirar al pasado pero,
no a la Navidad más inmediata, sino a las pasadas, a las más pasadas, aquéllas
que se encuentran muy en el pretérito cuando era niño y todo entraba en el
sustantivo Ilusión.
Recuerdo los aguinaldos, la colocación de un Belén caótico con figuras de
diferentes tamaños y de una mínima calidad pero que para mí y para mi hermana
eran las mejores porque eran las que nos había comprado nuestra madre; los
dulces y alguna que otra bebida que a sorbitos muy reducidos llegaban a mis
labios; la misa del gallo, los petardos y bombitas fétidas, las historias de la
navidad, los preparativos….Me doy cuenta ahora que la Navidad era el tiempo en
que la familia colaboraba en un proyecto común en el que los mayores
demostraban tener la paciencia suficiente para buscar los materiales necesarios
y para que los pequeños tratáramos de colaborar en estas tareas.
Me encantaba escuchar a mi madre con aquellas historias bíblicas que eran las auténticas y
verdaderas porque eran relatadas con cierto deje de autoridad que no dejaba
duda alguna, los reyes magos, el pesebre, la estrella, etc.
Ya de joven y durante mucho tiempo creí que los ritos y las tradiciones
eran las reglas de la sociedad, necesarias para que otros vivieran por ellas,
las reglas ineludibles para quebrantarlas o para desobedecerlas. Pero ahora que
muchas Navidades han pasado en mi vida, evoco esos momentos. Me emociona
escuchar los villancicos de nuestros Campanilleros, coro al que pertenecí
varios años y para el que compuse la letra de dos villancicos que todavía se
cantan: “somos los campanilleros y en
esta noche venimos a cantar…..”
Porque la Navidad es la vivencia de los ritos y las tradiciones que, a la
vez, nos unen y nos diferencian, no importa a qué o por qué los celebremos, ya
que Dios tiene muchos rostros.
Estos ritos y estas tradiciones son las que nos dan cada año un tiempo para
la reflexión y para la memoria, no para añorar un pasado, que también, que ya no existe y que difícilmente volverá,
sino para detenernos en el presente y pensar cómo ser mejores padres, mejores
vecinos, hijos, esposos, amigos, …en definitiva mejores seres humanos.
Y Huévar, mi pueblo, se llena de todos estos lugares, esquinas y sonidos
que me hacen reflexionar y pensar. Y es que la Navidad que olvidé durante
tantos años la volví a descubrir un año, no cualquiera, era 1998 y la redescubrí en 2004.
¡Que alegría significa la navidad pero qué triste nos hace!