Que la vida es dura, nadie lo cuestiona pero también es
cierto que, muchas veces, la vida nos
regala la presencia, la figura de un ser
inesperado, de un ser que sabemos que por cientos de razones es y va a ser
irrepetible. Y la vida, a la vez que es tan dura, es tan maravillosa que nos
permite tener la inmensa suerte de conocerlo.
Hay seres, hay personas que
únicamente con su sola presencia
nos insuflan una paz y armonía que todo aquel que se encuentra a su lado se
siente el más dichoso del mundo.
Yo, Pepe, he tenido la suerte de conocerte, Francisco
Antonio. La verdad es que te conocí como amigo, tarde, cuando formamos parte de
aquella Junta de Gobierno en la que tuvimos la suerte y la desgracia de vivir
lo mejor y también lo peor. Juntos hemos compartido momentos felices y duros y
todos ellos siempre con algo en común: el inmenso amor que los dos sentimos por
nuestra Virgen de la Soledad.
Ya te lo dije cuando tuve la fortuna de presentarte como
pregonero de nuestras fiestas de Mayo: “Eres,
Francisco Antonio, ese ruiseñor que convierte lo anodino en capricho musical,
lo sórdido en alegría desbordante, lo cotidiano en excepcional. Eres un inventor
de melodías con las que nos has emocionado a tantos y tantos que te
escuchábamos extasiados cada vez que te dirigías a los ojos de nuestra Señora.”
Sí, a los ojos, porque son ellos en
los que tú buscabas el consuelo y la ayuda, el amparo y la esperanza.
Pero, aunque no estás con nosotros porque la vida nos ha
jugado una mala pasada, tus melodías seguirán formando parte de la historia
cotidiana de nuestra hermandad.
Cada palabra que pronunciaste para hablar con ella se
encuentra sellada en nuestros labios que ahora tiemblan por la tristeza de no
verte.
Cada gesto tuyo quedará grabado en nuestra retina que ahora
brillará más que nunca.
Cada abrazo que nos dimos estremecerá nuestro cuerpo porque
sabemos que ha nacido de la intención de un hombre bueno.
Y también los silencios, esos que sin palabras dicen tanto.
Pero ¿sabes lo que echaré de menos, sobre todo? Tu alegría,
amigo. Sobre todo, tu alegría. Jamás he conocido a nadie que demostrara en su
vivir diario tanta felicidad y alegría a la hora de vivir. Nunca te ha faltado
una sonrisa en tu cara. Siempre has transmitido agrado, satisfacción y júbilo.
Por eso y por ti mismo, nuestra hermandad desde que te has ido se sentirá un
poco más triste sin ese soplo de felicidad que tú siempre le regalabas.
La vida sigue y seguirá con nosotros y sin nosotros. Pero
quiero que sepas, Francisco Antonio, allá donde quieras que te encuentres, que
todos te echamos de menos; que siempre estarás presente en nuestros pensamientos
y que te nombraremos en mil y una ocasiones. Y a cualquiera de nosotros se nos
escapará unas palabras que nos acercarán a ti en cada momento: “Si
estuviera aquí Francisco Antonio…… Sólo él era capar de llenar un mundo con sus
sueños.”
Descansa en
Paz, amigo.